Querido Apá:
¿Habrás sabido alguna vez cuánto te
quise y cuánto te extrañé siempre? Hace muchos años iniciaste una nueva
vida con una nueva familia y por alguna razón, decidiste tratar de
borrar de tu historia a mi mamá y a mí. Algo imposible porque existimos,
porque tuvimos un pasado, porque compartimos momentos reales y porque
sé que, a pesar de tu aparente rechazo al cariño y al calor humano,
alguna vez me quisiste y me cuidaste. Ahora que leo las cartas que le
escribiste a mi mamá durante los quince años que estuvieron juntos, lo
compruebo. Siempre había un dibujito para mí, o palabras tiernas o de
preocupación. Yo sé que jamás logré ser la hija que hubieras soñado,
pero lo intenté. No. No soy ni alta ni guapa ni sofisticada ni delgada
ni culta ni interesada en
la política, pero hice mi mejor esfuerzo estudiando y trabajando,
siempre tratando de que me abrieras un lugarcito en tu vida. Nunca lo
logré.
Jamás pienses que no admiré y respeté tu brillantez, tu imaginación y tus logros. Fuiste un gran maestro y
un gran amigo de muchos. Pero nunca te interesó aprender lo que
significaba ser padre. Tú te lo perdiste y ahora sólo puedo imaginar la
tristeza que te ha de haber causado el que yo, tu hija menos consentida,
fuera la única que aún ronda por esta tierra.
Ya no estás con nosotros, pero te siento y te recuerdo todo el tiempo. Extrañaré las comidas domingueras en tu casa,
el cómo contabas, actuabas, cantabas y bailabas la última película que
habías visto la noche anterior, ya fuera de Tongolele o de Libertad
Lamarque. Extrañaré tus escasas pero muy apreciadas llamadas telefónicas
sin intermediarios, abrazar tu barriguita. Extrañaré tus dedos chuecos,
el descifrar tu espantosa letra en esas gigantescas hojas
de blockamarillo dónde escribías tus libros que luego yo pasaba en
limpio, el enviar tus manuscritos a las editoriales, verte bajar las
escaleras, pararte de la mesa para ir a tomar la siesta o comerte un
mango y cucharadas de cajeta.
Pero lo que más me duele es que nunca te
hayas dado la oportunidad de conocerme un poco más… con mi simpleza,
con mis bobadas, con esas cosas que somos los mortales normales. Me
hubiera encantado que alguna vez visitaras mi departamento, mostrarte
mis dibujitos, mis fotos y videos de viajes, que hubieras visto por lo
menos un capítulo de mis telenovelas o de perdis soplarte los créditos y
ver pasar mi nombre. Pero sobre todo, me hubiera encantado poder
cortarte tus uñotas de Drácula y tocar a la puerta de tu casa sin previa
cita, y pasar a darte un beso… sólo porque sí. Existe un reality
show que se llama The Amazing Race donde equipos de 2 recorren el mundo
compitiendo por llegar a la meta tras realizar tareas de lo más
extravagantes. Cada vez que veía éste programa, me imaginaba que uno de
esos equipos éramos tú y yo, compartiendo espacios y hazañas que podrían
unirnos y permitirían descifrarnos. Pero no fue así. Me queda el
consuelo de que tu último domingo lo pasaste conmigo. Que nos reímos y
la pasamos bien. Que te emocionaste viendo en Youtube las protestas
contra “el copetes” en la Ibero. Y ahora que tengo una gigantesca
fotografía tuya del tamaño de mi comedor, te miro todo el tiempo y te
platico lo que nunca pudimos platicar, y te muestro mis libros, mis
dibujos, mi intimidad. Ojalá te hubieras dejado querer. Vieras que no es
tan feo.
Hace unas noches me visitaste… o te
soñé. Para mí es lo mismo. Te sentaste a mi lado mientras yo dormía, me
despertaste y con una gran sonrisa y un sweater naranja que no puedo
borrar de mi mente, me sonreíste feliz y me besaste mucho, mucho. Te vi
tan contento que todas mis angustias desaparecieron. Y sé que donde te
encuentres (aunque te hayas perdido las elecciones) estás feliz. No
sabía que te gustaba la música disco. Lo digo porque te llevaste de
corbata a un Bee Gee y a Donna Summer, y supongo que ahora, junto con
Bradbury, escribirán algo fantástico. Si ves pasar a mamá, se bueno con
ella. Siempre te adoró. A Carlitos y a Natasha, abrázalos bien fuerte. Y
aprovecha la capacidad fiestera de la tía Lorenza que también anda por
ahí y descubre un poco más a la abuela, quien era más rebelde y liberal y
aventurera de lo que jamás te imaginaste. Cuídate, adiós o hasta
pronto. Y por una vez, sin que puedas llamarme cursi, te deseo un feliz
día del padre en la dimensión que te encuentres. Te quiero siempre con
todo mi corazón.