Entonces mi padre murió. Las poderosas impre siones religiosas de mi infancia adquirieron un poder renovado sobre mí, ablandado ahora por la reflexión. Ahora era también mayor y estaba más de acuerdo con mi educación, la cual tiene justamente esta desdicha, que no me servirá completamente hasta que tenga cuarenta años. Porque mi desdicha (casi podría decir desde mi nacimiento, completado por mi educación) era. . . no ser un hombre. Pero cuando uno es un niño, y los otros niños juegan o se ríen, o hacen lo que suelen; ¡ah! , y cuando uno es joven, y los otros jóvenes aman y bailan, o hacen lo que suelen, y entonces, a pesar del hecho de que uno es un niño o un joven, ¡tener que ser un espíritu! ¡Espantosa tortura! Más espantosa aún si uno, mediante la ayuda de la imaginación, sabe cómo llevar a cabo el truco de parecer el más joven de todos. Pero esta desdicha casi desaparece cuando uno llega a los cuarenta años de edad. Y en la eternidad no existe. Yo nunca he tenido ninguna inmediación y, por tanto, en el sentido humano corriente de la palabra, yo nunca he vivido. Yo empecé todo uno con la reflexión; no es que durante los últimos años haya reunido un poco de reflexión, sino que yo soy reflexión de lo primero a lo último. En las dos edades de la inmediación (infancia y juventud), yo, con la habilidad que la reflexión siempre posee, salí del paso, tal como me veía obligado a hacerlo, mediante una especie de falsificación, y, no conociendo con claridad los talentos que me habían entregado, yo sufría el dolor de no ser igual que los demás, cosa por la que, naturalmente, en aquel período hubiera dado cualquier cosa aunque sólo hubiera sido durante un breve tiempo. El espíritu puede perfectamente conser varse no siendo igual a los demás; pero ésta es precisamente la definición negativa de espíritu. La niñez y la juventud están en estrecha relación con la calificación genérica expresada en las especies, la raza, y justamente por esta razón el mayor tormento de aquella época es no ser igual a los demás o, como en mi caso, tan extrañamente transformado, como para empezar en ese punto donde unos pocos de cada generación terminan, mientras que la mayoría, que viven meramente en los factores de las síntesis alma-cuerpo, nunca alcanzan, es un decir, la calificación de espíritu. Pero por esta misma razón, yo tengo ahora mi vida delante de mí, en un sentido muy diferente del significado ordinario de esta frase. Nada es más completamente desconocido y extraño a mí que esa ansiosa hambre de infancia y juventud. Doy gracias a mi Dios de que se haya terminado todo eso, y me siento más dichoso con cada día que envejezco, aunque sólo feliz en el pensamiento de la eternidad, porque lo temporal no es, ni nunca será, el elemento del espíritu, sino que, en un sentido, debe ser su sufrimiento.